Tandil en llamas

tandil en llamas

* Por Nicolás Arizcuren

Tandil en llamas

Era diciembre del año 2020. Me encontraba, al igual que casi todo el mundo (a excepción de los amigos y amigas de Alberto Fernández y de los periodistas de chimentos devenidos en epidemiólogos, entre otros esenciales), con prisión domiciliaria. En ese entonces, la vida era casi en su totalidad planificada por el Estado, por lo que era muy poco usual que algo sucediera fuera de la rutina dispuesta por el gobierno global.

No había iniciativa privada y mucho menos proyectos nuevos. La vida se mantuvo como en un paréntesis absurdo y siniestro de tedio, totalitarismo y muerte. Nada parecía poder alterar el poder total que ejercía el Estado sobre los ciudadanos; sin embargo, la naturaleza se despertó aquel día para recordarnos que no hay caudillo que pueda gobernar por encima de la voluntad del rey supremo.

Del otro lado del teléfono se escuchaba la voz agitada y casi suplicante de un hombre que ya había agotado todas las opciones y se jugaba la última carta en dos desconocidos. De este lado del teléfono, dos amigos que habían comprado un dron con el que habían soñado un emprendimiento publicitario frustrado justamente por el contexto.

El Infierno

No lo dudamos, nos miramos y dijimos que sí. Cargamos las baterías y, a las dos horas, estábamos viviendo lo más parecido a lo que alguna vez hubiésemos imaginado como el infierno. Las llamas escalaban por árboles que superaban los veinte metros; el calor consumía el oxígeno y dificultaba la respiración.

Jamás olvidaré el sonido del fuego, ese chisporroteo que escuchamos cuando preparamos un asado, que se amplificaba de una manera atroz hacíendo casi imposible escuchar a escasos metros. El fuego avanzaba con una velocidad que no permitía reacción, además de brotar inesperadamente a nuestros pies, producto de la radiación.

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La escena era dantesca; los propietarios de las casas de la zona desesperados, bomberos descompuestos por el calor, tomando pequeños descansos y volviendo a un combate contra la naturaleza que ya se sabía perdido de antemano. Cables con electricidad colgando, falta de equipamiento, escasez de recursos humanos, descoordinación y, por sobre todo, la inexistencia de un protocolo que defina de antemano cómo actuar ante un fenómeno que hoy vemos que se repite sistemáticamente.

La tecnología al servicio del ciudadano

El dron permitió obtener rápidamente una visión aérea del incendio y también del viento, información esencial para poder predecir el comportamiento del fuego. Antes que lo hiciera tocar tierra, el jefe de bomberos, evaluando la información, ya estaba destinando los recursos hacia la zona del Hotel Amaike, el cual estuvo a pocos minutos de ser devorado por completo. A los pocos días, la dueña nos citó para agradecernos.

Más allá de la satisfacción personal de haber sido parte de esa epopeya que permitió que la tragedia fuese un poco menos trágica, no solo que ningún funcionario nos agradeció, sino que se encargaron de ocultar nuestra función y utilizar nuestras imágenes como forma de jactancia de un trabajo que no hicieron. En la basura quedó el proyecto que presentamos junto al jefe de bomberos para incorporar drones para la detección temprana de incendios, algo infinitamente más barato que el avión o helicóptero hidrante.

Una herramienta que no solamente permite cubrir grandes amplitudes de terreno en pocos segundos, sino que también otorga una visión privilegiada de los distintos focos. Además, evita que los bomberos tengan que recorrer grandes distancias y pongan en riesgo su vida. La prevención mediante detección temprana facilita un margen de maniobra mucho más amplio que determina, muchas veces, la delgada línea entre la vida y la muerte.

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Cenizas calientes

Las llamas, por el exclusivo valor de los bomberos, afortunadamente se apagaron. Durante unos pocos días, todo era reconocimiento y valoración para aquellos hombres y mujeres que habían arriesgado su vida. Sin embargo, bajo las cenizas quedó vivo un fuego latente: el de la inoperancia, la escasez de recursos, la indolencia, la indiferencia y la falta de previsibilidad.

Hoy, poco más de cuatro años después, la historia se repite. Otra vez el miedo, la incertidumbre, la falta de recursos y de coordinación. Una situación completamente predecible estacionalmente y controlable mediante el uso de la tecnología se convierte en una potencial tragedia año tras año, solamente por la ineficacia e indiferencia del Estado.

A eso se le suma el cinismo propio que demanda un año electoral y obliga al ejecutivo, que lentamente se va apagando en las encuestas, paradójicamente al mismo ritmo que se le encienden los focos de conflicto en diferentes sectores de la gestión, a compensar esa debilidad con un shock de dopamina populista que empuja al intendente a pasearse en helicóptero y disparar los eslóganes de “Estado presente” que le bajan desde provincia.

Nerón tocando la lira mientras observa el incendio es una imagen que simboliza la caída de un imperio, la impotencia del tirano, la indiferencia, el egoísmo, el cinismo y la indolencia ante el sufrimiento de una ciudad que no solamente ardía por el fuego, sino por la corrupción, las guerras internas, la decadencia moral y la fragmentación política.

* Otras notas del autor del autor de “Tandil en llamas”:

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