El trabajo doméstico y de cuidados representa el 15,9% del PBI

Imagen: gentileza https://www.retruco.com.ar/como-se-va-a-compensar-el-trabajo-de-casa/
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Trabajo doméstico y economía feminista

“La Economía Feminista es una corriente de pensamiento heterodoxa dentro de la economía, que centra su trabajo en la preocupación por la desigualdad, en la idea, la convicción de que las relaciones de género atraviesan todas las relaciones sociales, entre ellas las relaciones económicas, y que gran parte de la desigualdad socioeconómica está profundamente vinculada con las desigualdades de género”. ENE dialogó con Laura Farcy, economista, docente de la Universidad Nacional del Centro, y parte del Espacio de Economía Feminista dentro de la Sociedad de Economía Crítica, para profundizar las dimensiones de una problemática que sobrecarga cotidianamente a las mujeres.

“Lo que busca la Economía Feminista es poner de relieve estas dimensiones de la desigualdad y al conocerlas, analizarlas, visibilizarlas y contextualizarlas, poder lograr que entre otras cosas las políticas públicas al bajar al territorio, no tengan un sesgo de género que haga que estas desigualdades se profundicen”, explica Farcy.

 

Características particulares de la economía feminista

En vinculación a las dimensiones concretas que atraviesan la vida diaria de las personas Farcy indica que “Abarcan desde las micro hasta las macro, como solemos decir en economía. Las dimensiones micro tienen que ver con cómo están organizados al interior de los hogares los procesos de tomas de decisión, de organización de cuidados para la vida. Dentro de los cuidados incluimos los que tienen que ver con niñes, con adolescentes, con adultos mayores, con personas con discapacidad, y todas las tareas que tienen que ver con los quehaceres domésticos. También aquellas tareas que tienen que ver con llevar a les niñes o les adultos mayores a diferentes espacios. Es decir, todas las tareas que tienen que ver con permitir que la vida sobreviva –valga la redundancia-, que la vida se mantenga, y que las personas que están vinculadas con nosotros, afectiva o laboralmente, puedan desarrollarse plenamente”.

“El nivel micro de análisis de estas desigualdades, desde la visión de la Economía Feminista tiene que ver con esto. Cómo se distribuyen las cargas de estas tareas. Cómo se distribuyen los recursos. Qué actividades son remuneradas, y cuáles no. Y cómo se toman las decisiones respecto a estas cargas de trabajo”, agrega.

“En el nivel meso podríamos hablar de las desigualdades que tienen que ver con la inserción de las diferentes identidades de género en las instituciones de cualquier índole. Particularmente la Economía Feminista está preocupada o hace su foco en el mercado laboral, pero también en los mercados de inserción social, cultural, las instituciones barriales. Cómo nos insertamos las diferentes identidades, particularmente las mujeres”.

“Y finalmente a nivel macroeconómico, la Economía Feminista viene demostrando, y últimamente con mayor poder porque hemos podido consolidar varias estructuras ministeriales, y estructuras de direcciones dentro de otros ministerios, es que las políticas económicas también están atravesadas por las relaciones de género y cada una de las políticas que una puede pensar desde los gobiernos nacional, provincial o local, tienen a su vez un sesgo de género e impactan de manera diferencial en varones, mujeres y otras identidades de género en el territorio”, declara.

 

Redefinir el concepto de trabajo

Uno de los puntos más importante en el marco del análisis de la Economía Feminista es volver a debatir o definir el concepto del trabajo, un concepto central en cualquier análisis económico.

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La especialista recupera “La definición de trabajo tradicional que ha sido vinculada únicamente tanto en las estadísticas como en los datos en general, que se utilizan para la aplicación de políticas económicas, en todo el mundo, y esto no es privativo de la Argentina. Un concepto de trabajo que solamente incluye aquellas actividades que están remuneradas. Para la Economía Feminista es trascendental volver a discutir este concepto desde un punto de vista histórico e incorporarle también la división sexual del trabajo. Es una dimensión importantísima porque lo que nos demuestra es que esta división con el advenimiento del capitalismo, de la modernidad, ha dividido las tareas en el hogar y productivas, en dos ámbitos: el ámbito doméstico, el ámbito reproductivo y el ámbito por lo tanto no remunerado, que nos ha quedado feminizado, vinculado a las identidades feminizadas. Mientras el otro ámbito que es el ámbito público, que se desarrolla fuera del hogar, históricamente ha cobrado un valor, un simbolismo mucho más fuerte”.

“En el ideario colectivo y como parte del sistema género-sexo que ha creado el patriarcado, una de las cuestiones que se ha construido es la idea de que todas las tareas que se realizan fuera del hogar son tareas que poseen más valor, valen más, y deben ser remuneradas de mejor manera. A su vez esto está vinculado a que los saberes necesarios para realizar estas tareas fuera del hogar son saberes más importantes, o que debiéramos hacer prevalecer por sobre los saberes que son necesarios para desarrollar las tareas domésticas”, argumenta.

 

Uso del tiempo

Las preguntas sobre el uso del tiempo que se incorporaron en 2013 a la Encuesta Permanente de Hogares muestran que las mujeres dedican más de 6 horas en promedio al cuidado o a la realización de las tareas de cuidado, mientras que los varones dedican en promedio 3,4 horas semanales. “Esto paradójicamente –analiza Farcy- no se modifica demasiado cuando se toman familias donde las mujeres también tienen empleos remunerados fuera de sus hogares. Esta matriz de desigualdad primaria, micro, dentro del hogar, que se consolida particularmente en Latinoamérica, hace que las mujeres ante los mismos empleos, ante las mismas remuneraciones, nos insertemos en el mercado laboral de manera desigual, porque sobre nuestros hombros ya pesa, a priori, esta doble sobrecarga en lo que tiene que ver con las actividades de cuidado en el hogar”.

“Estas desigualdades originarias tienen que ver con la división sexual del trabajo,  que a cada género le asigna una tarea, y a cada tarea le asigna un valor o una jerarquía. Por lo tanto las tareas asignadas al trabajo productivo masculinizado obviamente son las tareas que mayor jerarquía tienen, y por lo tanto los sujetos, en este caso los varones, que detentan estas actividades son a su vez quienes son más valorados como personas inclusive”.

“Luego tenemos otras dimensiones que tienen que ver con el conocido techo de cristal, la imposibilidad o la dificultad en el acceso a puestos jerárquicos o de decisión, tanto en las empresas de capital como en el ámbito cooperativo, mutual o llamado del tercer sector. No hay demasiada diferencia entre uno y otro. A misma actividad y misma formación, las mujeres en general percibimos salarios menores o tenemos menos cobertura social. Nuestras condiciones de trabajo están marcadas por una mayor desigualdad y por una mayor informalidad”.

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Casi 16% del PBI

Si hablamos de números, en Argentina el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados representaría el 15,9% del PIB (producto bruto interno), convirtiéndose en el sector con mayor peso en la economía nacional, seguido por la industria 13,2% y comercio 13%, según el primer informe sobre trabajo no remunerado de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía de la Nación. El 75% de ese trabajo es realizado por mujeres.

“Efectivamente –desarrolla Farcy- en el último informe se han arrojado algunos datos que no sorprenden, sino que consolidan esta denuncia que viene realizando desde hace dos décadas la Economía Feminista. Concretamente que en Argentina el trabajo doméstico y de trabajo no remunerado representa casi el 16% del PBI, es decir realizaría un aporte en términos productivos y en términos monetarios superior al que aportan la industria y el comercio al día de hoy”.

“Otro dato interesante respecto a la crisis de los cuidados que devino de esta pandemia. Todos y todas hemos sentido la presión de la sobrecarga de los cuidados que ha generado la imposibilidad de continuar con nuestras actividades, el sistema educativo y de cuidados. Se sabía que el 75% -ya estaba calculado en la Encuesta Permanente de Hogares en 2013-, de estos trabajos de cuidados recaen sobre las mujeres. Durante la pandemia, los hogares encuestados manifestaron que estas tareas aumentaron todavía más, aumentaron más del 65%, en términos de horas promedio semanales.  Y cuando se les consultó a esos mismos hogares de qué manera se distribuyó esa sobrecarga, sólo en el 7% de los hogares manifestaron haber distribuido de forma equitativa esa sobrecarga. Con lo cual la pandemia lo que hizo es poner de manifiesto que no solo hay una desigualdad original sino que inclusive en una situación de crisis tampoco se realiza de manera igualitaria”.

Finalmente, consultada sobre las formas de incidir en la transformación de esta realidad, Farcy menciona que “Una de las cuestiones prioritarias es seguir midiendo estas desigualdades. Al día de hoy no tenemos datos para el colectivo disidente u otros colectivos, no tenemos estos datos a nivel local, tenemos datos a nivel nacional. Tenemos ahí una tarea para ampliar estas técnicas y herramientas, para hacerlas más abarcativas”.

“Es profundamente importante poder abordar la asimetría de la distribución de las tareas de los cuidados en los hogares. Actualmente se está avanzando en la conformación de la Mesa Interministerial de Políticas de Cuidado, allí deberán participar todas las instancias ministeriales, institucionales y organizacionales para poder cambiar esa asimetría. Tiene también una dimensión cultural y educativa muy profunda”, concluye.

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