A contramano de la realidad nacional y, ¿por qué no decirlo?, mundial, en Tandil se dice que vivimos en una “burbuja” inmanente que nos separa del corrompido y pésimamente gestionado mundo que nos rodea. Por momentos, y en base a las declaraciones de algunos políticos, parece que Tandil hasta ha dejado de ser una isla para convertirse directamente en un principado como Mónaco o, mejor dicho, una monarquía constitucional como Liechtenstein, pequeños territorios conducidos por una nobleza donde reina la opulencia y la levedad.
De las propuestas electorales del año pasado, como la creación de un cementerio de mascotas o un pequeño y pintoresco tren que recorra internamente la ciudad, cualquiera podría inferir que vivimos efectivamente en uno de estos paraísos del primer mundo. Eso puede servir a la hora de hacer un spot turístico de la ciudad, pero a esta altura, me comentaba un herrero amigo que ya hay casas del country con rejas en las ventanas.
La realidad es que desde hace casi un año que la política local ha entrado en una suerte de “Tandil Brilla” permanente donde, primero por el bicentenario, luego por las elecciones y ahora por la crisis, el ejecutivo ha hecho del artificio una política pública.
En un contexto nacional de austeridad y desaceleración económica, donde los recortes en la gestión pública son imprescindibles, la motosierra se pasea por cuanto ministerio y secretaría de dudosa función haya y la reasignación de recursos obliga a intendentes y gobernadores a dejar de lado gastos superficiales y priorizar lo esencial, Tandil se comporta como esas señoras de clase alta venidas a menos que prefieren vender un pedazo de campo antes de despedir la “chica que ayuda en casa” y evidenciar la miseria.
Desde los festejos del Bicentenario del año pasado hasta hoy cuesta encontrar anuncios de políticas profundas o soluciones concretas a las problemáticas que ya han quedado enquistadas en la realidad local. Tampoco se ha comunicado un análisis de la situación, que bien sabemos ha cambiado. A diferencia de otros municipios que han realizado ajustes en su planta o en gastos no esenciales como festivales, aquí todo sigue como si nada.
“Al reconocido festival sobre quién tiene más largo el salamín, si Oncativo o nosotros, se le suma también el festival del queso y también el del cerdo”
En esta línea, al departamento “creativo” se le ocurrió, este fin de semana convocar a los vecinos estratégicamente al frente del palacio municipal para sacarse fotos con la imitación de las copas ganadas por la selección Argentina de futbol hace uno, dos y tres años respectivamente. En un radio de diez cuadras podía oírse claramente al animador evocando una y otra vez, hasta el cansancio, las remanidas canciones de cancha del mundial, casi como una suerte de ritual esotérico donde se buscaba trasladar el espíritu de la épica generada por el equipo campeón y traspasárselo por conjuro a la planta municipal.
Ritual que terminó con el intendente, emulando a Messi y levantando la imitación de la copa del mundo, generando un momento que me juré no adjetivar. Solo recordé el momento exacto cuando el cocinero “Salt Bae” saltó al campo de juego para abrazar a Messi y sacarse una foto con la copa de mundo.
El problema claramente no es un evento donde voluntariamente fueron miles de personas con sus hijos a sacarse una foto y a disfrutar entre otras cosas que habían podido salir a la calle después de la invasión de mosquitos, acá la cuestión pasa por lo que algunos vecinos señalan como “política cosmética”, que a falta de espacios verdes para convertir en plazas, como en las primeras gestiones, hoy cualquier motivo se convierte en el “festival de lo que ande alrededor del chancho”, tapando con bombos y matracas los quejidos de un Tandil profundo que sigue sin que lo escuchen.
La cuestión ahora es el reordenamiento político que generó la irrupción de Milei y este profundo sentimiento “anti casta” que despertó en una gran parte de los argentinos, pero aún más en nuestra ciudad por el alto porcentaje conseguido y que casualmente, en una buena parte es el mismo que votó al intendente.
Este mismo electorado hoy no ve con buenos ojos el coqueteo de la UCR con el kirchnerismo para votar el presupuesto o la urgencia innecesaria con la que se votó lo del predio destinado al centro de convenciones, mucho más en una ciudad donde al cierre de esta nota no habían podido cubrir la renuncia de los tres oncólogos del hospital Santamarina.
La escuela de talentos no persuade a los malvivientes a que dejen de robar y se anoten en un cursito de community manager. Los carteles iluminados con energía solar no alcanzan para ordenar el tránsito y como si fuera poco se les ocurre desempolvar las 200 bicicletas que tenían en un galpón y organizar un paseo al aire libre justo en el medio de la invasión de mosquitos. Es justamente esta distorsión con la realidad la que incomoda cada vez más a los propios votantes del intendente. No hace falta indagar en estudios de opinión alcanza con darse un paseo por el cajón de comentarios de los principales portales para notar la unanimidad en el descontento.
Tandil brilla, de eso no hay ninguna duda. Lo hizo y lo seguirá haciendo gobierne quien gobierne ya que está cifrado en el ADN de sus vecinos. Acá la cuestión es cómo se atienden las necesidades de aquellos que siguen viviendo a la sombra de las políticas locales. Se trata de entender también que no todo lo que brilla es oro y que una ciudad progresa con todos adentro o no progresa.
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